miércoles, 5 de junio de 2013

Rebelión en el Huerto

George Orwell, en 1945, publicó Animal Farm (traducida al español como “Rebelión en la Granja”). Se trata de una fábula mordaz que satiriza con la situación político-social de la URSS de aquella época… Pero, Rebelión en la Granja, también es una crítica al trato (a veces brutal) que tenemos los humanos con los animales. En honor a esa novela, me he permitido la licencia de titular este post como: Rebelión en el Huerto… ¡porqué los vegetales también claman respeto!

Fue hace unos años, debía ser el mes de abril o mayo, viajando entre Segovia y Ávila “naufragué” en medio de un inmenso mar de campos de trigo… detuve el coche en aquella carretera rural y me adentré unos metros  en el verde trigal. Allí me quedé silencioso y quieto como un espantapájaros, mi vista no abarcaba los límites de tan fantástico verdegal, me senté con cuidado en el suelo arenoso. Recuerdo que el viento soplaba suave, balanceando el trigo creando olas, como ocurre sobre las aguas de un estanque en calma… recuerdo que el trigo se balanceaba, siseando a mi alrededor, como susurrando lo feliz que era viviendo en aquellos lares.
  
Campo de trigo verde al viento (imagen de cosaswood.com)

Acariciando dulcemente una de las infinitas espigas, recordé mis clases de ciencias naturales en el colegio… recordé que estaba sosteniendo entre mis manos un ser vivo del reino plantae, un vegetal enraizado en un suelo granítico; una gramínea de largo tallo y poco ramificada, con hojas linear-lanceoladas y una característica inflorescencia donde se disponen sus granos.

Finalmente me levanté y, feliz, proseguí mi camino.

Regresé en agosto, deseando volver a sentir la vida y la alegría que recordaba de ese campo de trigo. Al llegar, con gran pena y estupor, me encontré tan sólo con los rastrojos de lo que antes fue ese verde trigal… Allí, donde unos meses antes hubo un verde mar de paz, ahora había un terreno baldío surcado por las roderas de las cosechadoras. Inspiré: todavía se olía a trigo cercenado... miré: y como si de trofeos se tratase, estaban los tallos de esas plantas asfixiados en pacas de paja... esos tallos que, unos meses antes, sujeté dulcemente entre mis manos.

Rastrojos de trigo y roderas de cosechadora (imagen de fotomilk.com)

Llegó la noche y nos hospedamos en una venta de aquellas tierras castellanas… sentados en una vieja mesa de roble, la posadera nos trajo una redonda hogaza que había amasado ese mismo día. La rebanó en generosas porciones y se fue a preparar la cena… tomé un pedazo de ese dorado pan y recordé ese campo de trigo verde, recordé a esas plantas (llenas de vida) enraizadas sobre un suelo granítico… mientras saboreaba ese tierno chusco, se me dibujo una dulce sonrisa en mi cara… Sonreí porqué, ese trigo, fue mimado por el campesino y cosechado cuando alcanzó el momento óptimo de madurez. Sonreí porqué, gracias a esa gramínea de largo tallo, pueden vivir muchas familias y se alimentarán personas y animales.

Un tiempo después, en Barcelona, quedé con un buen amigo vegetariano. Fuimos a comer a un restaurante naturista del centro de la ciudad. Mientras comíamos una hamburguesa de tofu con champiñones; debatimos sobre las razones para hacerse (o no) vegetariano o vegano… entre ellas aparecieron motivos como: la salud, religiosos o éticos. La verdad es que fue una charla muy interesante y constructiva, ya que el es un vegetariano convencido y yo, un “carnívoro” que disfruta hincando el diente a un filete de ternera poco hecho… Pues bien, después de ese amigable debate, cada uno continuó con su forma de pensar (y de comer), pero el me reconoció que veía las cosas de otra forma… os cuento:

En primer lugar quiero puntualizar que esta reflexión es para el vegetarianismo más radical o veganismo, es decir: personas que libremente deciden no comer nunca más ningún tipo de animal (ya sea carne, pescado, moluscos...), pero tampoco ningún producto indirecto del reino animalia: lácteos, huevos, miel...

Analicemos los motivos que nos pueden inducir a no querer comer ningún producto animal:

Diagrama de la Dieta Mediterránea (imagen de botanical-online.com)

Si queremos ser veganos tan sólo por motivos de salud, creo que nos equivocamos. Estaremos todos de acuerdo que la dieta más saludable y equilibrada que existe, es la Dieta Mediterránea. Si miramos el anterior diagrama, vemos que, a pesar de que los vegetales deben ser la base fundamental de nuestra dieta, necesitamos las proteínas animales para una correcta y equilibrada alimentación.

Si somos veganos porqué nuestra cultura o religión así nos los dicta, en este caso: ¡poco puedo decir!, ¡cada uno es libre de creer y comer lo que quiera! Pero, que yo sepa, no hay ninguna religión mayoritaria en la Tierra que nos prohíba este comportamiento de forma tan estricta...

Otros motivos para hacerse vegano (quizás los más habituales y con los que más de acuerdo pudiera estar) son los éticos. Estos son debidos, en gran parte, a una gran conciencia y respeto hacia el reino animal; luchando, de esta manera, contra el trato inapropiado que (muchas veces) sufren de los humanos... malos tratos como son: la sobreexplotación, el abandono e, incluso, la tortura.

Así pues, ¿deberíamos dejar de comer animales para solucionar estos lamentables hechos? Voy a intentar dar mi opinión, a esta controvertida pregunta, como gran defensor de los derechos animales que me considero y... como "carnívoro" reconocido que soy:

En primer lugar, quisiera recordar que los humanos somos también seres del reino animal… de hecho, somos unos animales que habitamos en la Tierra desde hace unos 2 millones de años. Una de las razones de nuestro éxito evolutivo es nuestra gran adaptabilidad a los cambios, esta adaptabilidad se traduce también con nuestra alimentación… ya que, dependiendo de las circunstancias ambientales, podemos variar radicalmente nuestra dieta, pudiendo comer de todo: carne, pescado, verduras, huevos, frutas, semillas, raíces, insectos, etc.

Recreación de un grupo de australopitecos recopilando alimento (imagen de web.educastur.princast.com)

Así pues: somos animales omnívoros… nuestro sistema digestivo se ha acostumbrado y necesita comer diferentes tipos de alimentos para nutrirse de forma idónea y equilibrada. Como me dijo un día mi buen amigo Robert Guinovart: "no sólo podemos comer plantas, ya que, por algo, no tenemos un estomago dividido en 4 partes como una vaca".

Ironías a parte, todos los seres vivos del reino animal (sean carnívoros, sean herbívoros...) tenemos, entre otras características comunes: una nutrición heterótrofa por ingestión, es decir, tenemos que comernos a otro ser vivo (o parte de él) para subsistir y, generalmente, comérnoslo representará su muerte. Parece duro, pero es ley de vida… Pero de la misma forma que muere un animal al ser cazado, se muere una planta o un hongo cuando nos lo comemos: también a ellos les hemos privado de su legítima vida.

Leonas cazando a un agonizante hipopótamo (imagen de naturalezaviva.org)

Podemos pensar: hombre... ¡no es lo mismo!, un animal sufre al morir...

¿Cómo que no es lo mismo?, ¿es qué los humanos disponemos de un poder "divino" para decidir que ser vivo debe vivir y cual debe morir?, ¿es que sabemos realmente si no sufre una planta al ser arrancada del suelo para dejarla morir lentamente en la nevera?

Hace diez mil años, en el Neolítico: los humanos inventamos la agricultura y la ganadería para no tener que depender de la caza y la recolección, sujeta a los cambios climáticos. Esto supuso un gran avance para la humanidad. De hecho, en el Paleolítico, se estima que habían entre 6 y 10 millones de individuos, hoy en día en la Tierra, somos 7000 millones de personas (¡1000 veces más!) y, alimentar 7000 millones de personas, no es tarea fácil.

Lo que está claro es que la agricultura y la ganadería de subsistencia que se inventó durante la revolución neolítica ha quedado pequeña y tenemos que generar mucho más alimento para todos… Esto, desgraciadamente, nos ha llevado a tener que crear grandes granjas industriales, pero también crear grandes extensiones de cultivo, arrancando la flora autóctona... Esta masificación ha supuesto una sobreexplotación animal (pero también vegetal) y, muy habitualmente, un abuso de sus condiciones de vida. Pero, ¿qué tenemos que hacer?, ¿dejar de comer animales y que los vegetales sufran todos los daños colaterales? o quizás... ¿debemos diezmar la población mundial?
  
Granja de pollos industrial (imagen de hoyagro.es)

En conclusión, creo que ha quedado clara mi postura que deberíamos comer de todo y de forma equilibrada, ya que pienso que es lo necesario y natural para nuestro organismo. Por otra parte, tenemos que velar que todos los animales tengan unos cuidados correctos durante su vida y que su sacrificio sea con todas las garantías. También hemos de luchar para que la caza y la pesca se haga dentro de la legalidad, para poder preservar el equilibrio medioambiental del planeta.

Pero de la misma manera, hemos de esperar el mismo respeto para todos los vegetales (y hongos)... el mismo que tuvo aquel agricultor castellano que cuidó con esmero ese mar de trigo verde... ese trigo que creció feliz en aquel campo avilés, viendo salir el sol cada mañana… ese trigo que, una mañana de verano, se le "segó la vida" para podernos dar, a todos, "ese pan de cada día".

Con este escrito he querido expresar mi cariño y respeto a todos los animales de la Tierra: ya sean salvajes o domésticos, ya sean de compañía o ganado... Quien me conoce sabe que cuido y protejo desde la más pequeña hormiga, a la arisca salamanquesa, al cariñoso perro abandonado, al asustadizo cordero…

Pero también, con este escrito, he querido expresar mi cariño y respeto hacia los representantes de los reinos plantae y fungi…Que no tengan ojos para pedirte clemencia, que no tengan patas para escapar de ti, no significa que no sufran y mueran cuando los arrancas de ese suelo que escogieron para vivir.
  
Abrazando un olivo milenario a la rambla de los Viruegas, en Agua Amarga (Almería)

Espero que os haya parecido interesante mi punto de vista. ¡Espero vuestras opiniones!